El nombre de este rústico espacio situado al final de un camino de tierra, más allá de una valla de botellas de vino, y resguardado bajo un encino de 300 años lo dice todo. El corazón de Primitivo es un enorme brasero de leña donde los ingredientes son asados en recipientes de hierro o directamente sobre las llamas. Se trata pues de una cocina rústica, diseñada en colaboración con los productores de la zona y con el enfoque único que le aporta la chef Carolina Jiménez. Tras empezar con unas ostras, los comensales eligen una proteína. Luego se degustan varios platos para compartir en los que se aprovecha cada parte del pescado o del animal. La cocina es auténtica, coherente e ingeniosa. Conviene dejar sitio para el postre, en especial para el pastel de chocolate sin harina con cáscara de naranja confitada y quenelle de helado de lavanda ahumada.